Revista La Defensa del Idel Faca, Nº 33, julio del 2019. "www.ladefensa.com.ar"
Editorial.
Las elecciones, la República y la autocrítica
Por Ricardo J. Cornaglia.
Cicerón hablando por boca de Escipión, el africano, sentenció que toda res pública ha de ser gobernada con el propósito primordial de ser duradera.
Hay en ello un mandato a hacer de la política un quehacer de extenso recorrido, un desprecio al cortoplacismo hoy en boga. Un tratamiento temporal perdurable del bien común.
Cicerón, Platón y Aristóteles, advierten que la propiedad común es esencial a la existencia de la sociedad y como el hombre, sólo puede existir en sociedad con otros, ella resulta anterior a él, que puede crecer como individuo apoyado por la cosa pública, desde su misma crianza. Lo propio es tal en cuanto vínculo con el otro.
De ello deducimos que aún las relaciones intersubjetivas entre la madre y el hijo son de importante interés público. Forman parte de la cosa pública y crean obligaciones al Estado como superestructura de la sociedad cuando la madre falta o deja de cumplir con sus obligaciones o se ve impedida de hacerlo.
Pero el vivir en sociedad alcanza la condición de durabilidad cuando se lo hace a partir del valor común de la convivencia justa. Capaz de asimilar que los tiempos del hombre no son los de la especie humana.
Para Cicerón, abogado romano por excelencia, sin justicia no hay República.
Advertimos que esto es distinto a que sin República, no hay justicia.
A esta altura de nuestro divagar, entre los resquicios de la cultura greco-romana, pensará el lector que estamos encontrando una forma de escapar a lo que se nos antoja una ramplona y efímera realidad presente, acuciada por una elección que se avecina. Una elección signada por un cotejo de encuestas dudosas, que suena como un barullo de medios. Donde termina ganando puntos de aceptación quien elude más el compromiso de explicar cómo se tiene que enfrentar un presente, que parece no tener futuro.
Una elección en la que los candidatos, anuncian una vocación de cambio tan indefinida e impredecible, que por reflejo nos trae como recuerdo, el pasado que los condena a unos y otros, (de los que tienen posibilidades de ganar), por haber sido émulos del gatopardo demasiadas veces.
En esas condiciones cambio y retorno suenan a falsos. Y en lo agonal de la política eleccionaria en la primaria y conservadora estructura de presidencialismo argentino, suele suceder que el elector deja de otorgar un mandato para gobernar. Simplemente cumple con el deber cívico de no contribuir al triunfo del peor. No alcanza para mucho.
Nuestro presidencialismo, Alberdi mediante, siempre tuvo rasgos de liderazgo monárquico. Anclado en el pasado colonial. Extrañando el parlamentarismo que aunque presente, nos sigue faltando como actor efectivo de la representación del soberano.
No existen para la opinión pública, en la medida en que se lo necesita, debate alguno sobre plataformas, ni proyectos consensuados sobre el destino de la res publica. Lo que declina en que no se le encuentra destino a la República.
Entre otras razones, porque en las situaciones de crisis, nadie puede convocar a la unidad para acumular las fuerzas necesarias, si no comienza por hacer una honesta y superadora autocrítica. Una autocrítica donde la fe, aún de los conversos republicanos, no se agote e expresar las acusaciones al otro en un contrapunto que aburre, hasta dejar de interesar. Una autocrítica que con humildad coloque al elector, en la esperanza de que no se va a reincidir en los mismos errores ya cometidos.
Cómo vamos a resolver esos problemas acuciantes acumulados, error tras error, que son la pobreza extrema, el desempleo, el acceso a los servicios de salud, la desburocratización y la corrupción en el servicio de justicia, la educación, el déficit fiscal, la deuda externa, la inflación galopante, si no comenzamos individual y colectivamente a analizar en qué, cada uno de nosotros, individual o institucionalmente (en nuestros partidos políticos, en nuestros gremios, en nuestras provincia, en nuestras comunas, en las facultades, colegios, fábricas y empresas) hemos dejado hacer lo que debíamos o jugamos un papel causante del desastre común.
Para no agravar las cosas con nuestro propio grano de arena, es hora de que los abogados y sus asociaciones no permitan ser usados como instrumentos al servicio de los poderes constituidos (políticos y económicos), para contraerse en la defensa inclaudicable de la ciudadanía. De la indefensa actual ciudadanía. La que vive en estado de pobreza, careciendo de empleo o empleada en forma indigna, la que termina endeudada por generaciones, enferma y sin cura a la cual acceder.
Sigamos con nuestra cuota de responsabilidad a encarar.
Un colegio de abogados no es una agencia de colocación de empleo público, ni el trampolín para asomarse a la profesión bien remunerada de la política. En definitiva, sus recursos, que debe administrar con probidad y eficiencia, humanos y económicos, forman parte de la res publica y no le pertenecen. Tiene el uso, pero no el abuso y ni siquiera el dominio perfecto de los mismos.
La sociedad se los ha prestado y puede pedir rendición de cuentas.
Esta modesta revista forma parte de la res pública y expresa a un instituto de una federación profesional que practica el esforzado quehacer de la democracia representativa y federal de una profesión, que todo lo debe a la cosa pública y poco exhibe como autocrítica honestamente cumplida. En esta campaña eleccionaria, la revista ni siquiera pudo albergar las opiniones bien fundadas de los abogados que se vienen postulando en listas distintas, que no han tenido presente que deben dar testimonio de su quehacer y por ello, ni siquiera arrimaron ideas para debatir en este ámbito, que han terminado por despreciar.
Para no dejar de hacer lo que recomendamos, invitamos a todos los abogados a usar sus páginas, para agotar si se quiere acerbamente, la autocrítica que nos falta. Cualquiera sea el resultado de la elección que se nos viene, esa tarea está pendiente y es una deuda que debemos honrar.
La crisis, sirve para crecer o perecer. Elijamos. Más allá de un recuento de votos.
Después de haber pintado un cuadro tan sombrío y creo que compartido por parte de la opinión pública, releo y pienso en términos maquiavelianos estas cansadas líneas. El florentino pensó que la importancia de la República es su capacidad de asimilar el conflicto. Que en eso se diferencia de la aristocracia y la monarquía sacándoles ventaja, en el arte de gobernar.
De esta campaña electoral ramplona, pero evidentemente conflictiva, podemos con el auxilio histórico conceptual de ese pensador, concluir que sin la presencia de protagonistas auténticos de la representación popular en el Estado Republicano. Es decir, sin partidos políticos que asimilen los efectos de la revolución de las comunicaciones y de la globalización, la crisis no puede ser superada. La tarea que las condiciones objetivas determina es enfrentarlos. Necesita defensores. Los gremios de abogados no son partidos políticos, pero una buena escuela formativa del ejercicio de la representación democrática, más que nunca necesaria en su complejidad presente.